Buenos Aires, 17 de Junio de 2012
Rolando:
Nunca voy a darte esta carta, si lo hiciera tendría que sufrir las consecuencias. Te preguntarás ¿para qué la escribo entonces? Tengo la esperanza que alguien la encuentre algún día y sepa el horror, el calvario que fue y es mi vida a tu lado.
Estoy acá, escondida en el baño, sintiendo el frío de las baldosas sobre mi piel desnuda. Un frío que bendigo después del calor de los golpes recibidos. Me duele todo el cuerpo, un jeroglífico de mapas azules y verdes dibujan mi piel. Aunque mucho más me duele el alma, y el orgullo. Tenía el humilde deseo de construir un hogar, tener un retazo de felicidad, de formar una familia… Poco a poco fuiste robándome los sueños, con cada nuevo golpe, me quitaste una a una las ilusiones…Me dejaste vacía. Una muñeca de trapo, un títere que se mueve según tus estados de ánimo.
Alguna vez te amé, hoy te odio con todas mis fuerzas.
Ya no te creo cuando me pedís perdón, ya no albergo la esperanza de que esta haya sido la última vez. Esta es mi cruz, la que llevo colgada sobre mi cuello, que me hunde y me arrastra a un pozo del que sé que ya no puedo salir. No me quedan fuerzas. Me sacaste todo, mi belleza, mi juventud, mi inocencia, mis ganas de vivir. Veo a la niña que fui, borrosa, que a veces me llama desde algún lugar y quiero correr hacia ella, pero las piernas no me responden.
Tus golpes son pura cobardía, un sinfín de insultos a la vida de mierda que tenés, yo soy simplemente el blanco más accesible, el más fácil.
Te odio tanto Rolando, ¡tanto! Un odio que tejo día a día, alimento y crece en mi interior.
¡He pensado muchas cosas! Matarte, matarme, escapar… No puedo, estoy atrapada en tu telaraña hasta el último día de mi vida.
Maria.